miércoles, 29 de junio de 2011

Confesiones de Nuwanda Mac Brádaigh Ó Faoláin

Cada vez que trato de respirar en este océano profundo me siento cual cervatillo perdido en este bosque en llamas, llamas alimentadas por la avaricia, el egoísmo y el odio de esta sociedad de cerdos sin escrúpulos que sólo logran su más divino placer con deseos perversos y mezquinos alcanzando el clímax a través de cuerpos sepultados bajo tierra, de almas perdidas en el tiempo que en su día se alzaron frente a un gobierno hostil luchando por una libertad digna, cobrando así el adiós de los suyos, manchando de sangre inocente las manos de los altos cargos, estos, acariciaron con orgullo los billetes del poder, listos para mutilarnos, más tarde, con falsos discursos de progreso.



Me siento como un ángel congelado en el tiempo, alguien que supo amar y ser amado, pero el calor ardiente de mi alma se apagó agonizando en la oscuridad. Mi corazón fue apuñalado por la daga de la inmortalidad y ahora me encuentro perdido, vagando por parajes condenados al apocalipsis, mientras el cosmos cobra vida a mi alrededor. Intento sobrevivir al paso de mi cuerpo resquebrajándose, mientras mis ojos sangran de dolor, puesto que ya no me quedan más lágrimas por llorar. Esa sangre, mi sangre! una vida derramada, que vivió en los recuerdos de una alma ya devastada hasta la saciedad…



Pero oh gente de la tierra! no soy el único que fue expulsado del reino de los cielos. Dios me prometió el paraíso, pero luego me escupió hacia los parajes de las almas errantes, que buscando una luz pura y bella, sus ojos fueron quemados hasta que ríos de sangre auténticamente roja, resbalaron por sus rostros, reflejando una agonía que te podía exprimir el corazón y reventarte tus más profundas entrañas…




Nuwanda Mac Brádaigh Ó Faoláin.

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